3.2. Fuentes exentas
Este modelo es bastante más infrecuente que el anterior, puesto que implican una mayor atención a los aspectos retóricos y emblemáticos que funcionales, teniendo en cuenta también la incomodidad de colocar junto a ellas arcas de registro y control de las cañerías, y dado que el centro de los espacios públicos solía aprovecharse como lugar de mercado o para la celebración de importantes celebraciones, como fiestas de toros y cañas, proclamaciones reales, procesiones, etc En el Medievo algunas fuentes abrevaderos, sobre todo si estaban adscritas a acuíferos abundantes y de emanación directa, pudieron adoptar esta tipología. No obstante lo dicho, su verdadera introducción se produce durante el Renacimiento, brillando con más fuerza a partir del Barroco, cuando las reformas urbanísticas de la época impulsaron la colocación de monumentos centrales en paseos, alamedas y grandes plazas, consistiendo éstos en amenas fuentes o en conmemoraciones de signo pietista, como cruceros, humilladeros y triunfos dedicados a los santos –los cordobeses ligados a San Rafael o María –la Inmaculada Concepción, en Granada-. Según Soledad Lázaro Damas (1987), la difusión de las fuentes centralizadas de carácter monumental se produce con el artista Hans Heiler y obras como la fuente de Saint Georges, de Friburgo, a partir del primer tercio del siglo XVI.
Esta tipología en gran medida fue más afín al ámbito de lo privado que de lo público, donde las necesidades de abasto primaban sobre cuestiones emblemáticas, por lo que era preferibles los pilares adosados que disponían los caños de manera sencilla y barata, con abrevaderos alargados de gran capacidad. En España, la fuente central privada contaba con el precedente de las pilas o tazas bajas de tradición islámica, que dieron paso en el Quinientos a fuentes italianizantes de varias tazas superpuestas, colmadas de figuras alegóricas y mitológicas. Tales ejemplares sobre todo ligados al jardín cortesano y nobiliario -Casa de Campo de Madrid, Abadía, en Cáceres, la Saldañuela, en Burgos- inspiraron algunos modelos, como piezas clave de los procesos de renovación de las ciudades en términos clasicistas, pero hubo otras alternativas igualmente interesantes, como acredita un rápido repaso por los principales ejemplos del ámbito andaluz.
Es justo comenzar este periplo por Jaén, más en concreto en Baeza, donde se conserva el, quizás, la obra hispana monumental de este tipo más antigua, la Fuente de los Leones (1518-1526): un modelo de antigualla, con dos leones y dos bóvidos en crucero que parecen esculturas zoomorfas íberorromanas, centrando un fuste rematado por una Cibeles, añadida seguramente en el siglo XIX, puesto que antes figuraba una cruz sobre su capitel de remate. Esta amalgama de piezas de sabor antiquizante ha contribuido a forjar una leyenda incierta: su procedencia con respecto a las ruinas romanas de la cercana Cástulo. No menos original es la Fuente de Santa María (1564), concebida con alto valor retórico como un arco triunfal, obra del cantero local Ginés Martínez que pregona la culminosa traída de las aguas al viejo casco urbano. Corresponde, pues, a un estricto diseño arquitectónico.
Sin embargo, el tipo más frecuente es la fuente exenta con pilón octogonal o circular, centrada por pedestales que sustentan una o varias pilas superpuestas. Tal es el caso de la Fuente de la plaza Vázquez de Molina, de mediados del siglo XVI en la vecina Úbeda, si bien hay que hacer notar que esta pieza procede de la arquitectura civil, en concreto del palacio del secretario regio don Francisco de los Cobos. Es bella obra de sabor italianizante, de una sola pila, decorada con grutescos y con relieves faunísticos, si bien no coincidimos con la historiografía local acerca de su supuesta procedencia veneciana. Y, en fin, por el sentido de ornato que la contemporaneidad terminaría otorgando a este tipo de obras, destaca la Fuente del Paseo, en Alcalá la Real, realizada en 1815 por Remigio del Mármol: es obra circular, con una taza bulbosa y un vástago superior orlado con delfines, que remata en piña.
De hecho, debe tenerse en cuenta que varias de las fuentes exentas que adornan las ciudades andaluzas proceden de edificios señoriales y, sobre todo, de piezas claustrales; tal es el caso de la capital granadina, respecto a las conocidas Fuentes de las Batallas, Leones, Trinidad y Bibarrambla, ejemplares barrocos procedentes, respectivamente, de los desamoritzados conventos de mercedarios descalzos, dominicos, trinitarios calzados y agustinos calzados. En la citada plaza de Bibarrambla sí existió una fuente exenta en el siglo XVII, no, en el centro, sino en una esquina (para no interferir con los puestos de mercaderías ni con las solemnidades públicas), la desaparecida Fuente del Leoncillo, llamada así por el animal que coronaba sus dos pilas, sosteniendo la heráldica de la ciudad. Sí se ha conservado, en cambio, la Fuente del Paseo de los Tristes (1608), de dos tazas aveneradas, evocando las fuentes renacentistas de la Alhambra que, como la del jardín de Lindaraja, guardan un sutil contacto con el legado nazarí.
Sevilla contó con un notabílismo conjunto de fuentes exentas concebidas como discurso humanista de redefinición clásica de la ciudad en contexto semejante al que supuso la construcción del célebre Ayuntamiento hispalense por parte del arquitecto Diego de Riaño, quien trazó junto al mismo el perdido Pilar de San Francisco. En este mismo ámbito se construyó la Fuente de Mercurio –se ha colocado recientemente una restitución de la misma- que contaba con una imagen de esta deidad en bronce, realizada en 1575 por Diego de Pesquera. Por tanto, se trataba de llevar a la escena urbana el notorio conjunto de fuentes y monumentos manieristas trazado por Vermondo Resta en los Reales Alcázares, lo que también alcanzó a la creación de la Alameda de Hércules (1574), adornada con las famosas columnas que le dan nombre y tres fuentes de agua. De aquel rico conjunto sólo ha llegado a nuestros días la Fuente de la Plaza de la Encarnación, con un pedestal que sostiene una pila abombada y cubierta, rematada por un capitel (hoy perdido) alusivo a su construcción en 1720, bajo el reinado de Felipe V. La misma mala suerte correría la famosa Fuente de las Ninfas, de Écija, realizada a finales del siglo XVI por Juan de Ochoa y desmontada en 1866 a causa de bárbaras censuras. Sus restos se reparten entre el parque Luis Vélez de Guevara, el Museo Histórico Municipal y las iglesias de Santa Cruz y Santa María.
Sin duda alguna, la más bella de las piezas centralizadas andaluzas es la Fuente de Génova, en la capital malagueña (1554). Se trata de una obra de prosapia italiana, afín a los ejemplares de jardines principescos, que aúna a la perfección labor escultórica, retórica urbana y carga emblemática, razón ésta última por la que volveremos sobre ella al final de este estudio. En la provincia se conservan tres buenas piezas de una tipología más sencilla: pila octogonal, vástago central y taza superior: la Fuente de la Plaza de los Naranjos de Marbella (1604), la Fuente de la Gloria, de Vélez-Malaga (siglo XVI) y el Pilar Redondo de Cañete la Real, siendo éste dodecagonal, de taza cubierta y rematado en una cruz. La Fuente de la Alameda de Coín (1753) es más monumental, al responder al patrocinio del obispo Eulate Santa Cruz, por lo que presenta doble pila en mármol azulado, rematada la superior por un angelote con una cornucopia, vandálicamente destrozado hace poco. También de dos pilas es la Fuente de la Plaza de San Sebastián, de Antequera, que la historiografía local supone realizada por el cantero Baltasar de Godros en 1545, aunque por sus caracteres estilísticos parece más bien obra tardía del siglo XVIII. Conviene recordar en fin, aunque supera los límites de este trabajo por ser conjunto privado, las fuentes de la Finca del Retiro –especialmente la Fuente de la Sirena, de 1784, orlada con 8 bustos genoveses del siglo XVII-, en Churriana de Málaga, que constituye la mejor muestra conservada del jardín barroco andaluz a imitación de los cortesanos.
Por su parte, en la provincia de Huelva destaca la Fuente de los Tres Caños en Santa Ana la Real, de cronología incierta, que corresponde a un tipo más popular, enraizado en el Medievo: un pilón circular con un grueso vástago o pilar central, de ocho lados, alicatado, rematado por un gracioso copete con una bola de cerámica. Su gruesa columna central es muy funcional, al permitir una fácil instalación de las cañerías; de ahí que este modelo rústico se empleara a lo largo de la Edad Moderna, pudiendo atestiguarse ejemplos tan tardíos como la Fuente de los 16 Caños de Berja (1859), en Almería, obra ya revestida de ropajes tardoneoclásicos.
La ciudad de Córdoba es notabilísima en este capítulo. De extraordinaria popularidad es la Fuente del Potro (1577) que da nombre a la posada cervantina homónima. Su pila sostenida por columna bulbosa remata en un potro rampante con la heráldica local, alusivo a las ferias de ganado allí celebradas. Guarda estrecho paralelismo con ésta la Fuente de la Plaza de San Andrés (1664). Por otro lado, presentan una composición muy original las dieciochescas Fuentes del Campo Madre de Dios (1748) y Plazas de la Paja, Cristo de Gracia y Vázquez de Miranda: se trata de abrevaderos rectangulares con gruesos pilares o estribos en los lados menores, para albergar los caños. Su origen pudiera estar en la imitación a nivel urbano de la retórica fuente barroca del patio de los Naranjos, en la Mezquita, obra de la segunda mitad del siglo XVII, que cuenta con estribos en sus cuatro ángulos. En la provincia, por su sabor popular y dimensiones hay que reseñar la Fuente del Pilar de Belalcázar (1570), que cuenta con una pila octogonal y pasarelas a los cuatro caños de su vástago central, así como con un vasto abrevadero asociado. También, tres obras lucentinas: la Fuente de la Barrera (1773, rehecha en 1817), con pileta de superior de tipo cubierto, la Fuente Nueva (1675), que sigue el modelo citado de la mezquita cordobesa y la pequeña Fuente del Coso (1785-1799), cuyo interés se debe a la figura broncínea de un niño, sosteniendo una pileta de rocalla, y que en realidad es obra privada, procedente del jardín del palacio ducal de Medinaceli. Pero la más insigne obra es la Fuente del Rey de Priego de Córdoba, un estanque alargado conectado a la Fuente de la Salud, realizado en 1803 por Remigio del Mármol, como la más espectacular recreación urbana de las fuentes de jardines cortesanos borbónicos. Sobre ella volveremos al final de este estudio.